Cientos de despedidos de Capital Humano hicieron una olla popular este miércoles al mediodía, junto al edificio del ex ministerio de Desarrollo Social. La protesta fue organizada por la Asociación de Trabajadores del Estado, para reclamar por sus reincorporaciones. En el mes de mayo 243 trabajadores de la cartera recibieron el fatídico mail: a 113 directamente los despidieron (tenían contratos que no fueron renovados) y a otros 130, que pertenecen a planta permanente, les dijeron que serán relocalizados en el ministerio de Trabajo. Sin embargo, los días pasan sin que los convoquen a ocupar ese supuesto nuevo destino.

La protesta no cortó el tránsito, sino que se instaló en la plazoleta ubicada en Lima y Belgrano. Sin embargo, la policía federal se desplegó igual y se mantuvo a la vuelta de la esquina, a la espera de órdenes. ATE llevó al lugar la olla ya cocinada, para reducir el riesgo de una represión. Son señales de cómo, en estos días, el derecho a la protesta es uno de los tantos bienes escasos para quien viva en Argentina.

Mientras los despedidos reclamaban su reincorporación, a pocas cuadras, en Avenida de Mayo 606, las personas que debían hacer trámites para el monotributo social encontraron que la oficina que cumplía esa función estaba vacía, sin un solo empleado que los atendiera. Todos habían sido echados o puestos en el limbo del prometido traspaso. De Avenida de Mayo 606 los mandaron al ministerio de Trabajo, donde se desconoce qué respuesta obtuvieron.

Paula Blazer es una de las despedidas. Es una trabajadora con un largo recorrido: se desempeñó quince años en Desarrollo Social, implementando programas para la población más pobre. Empezó con el programa Argentina Trabaja; más tarde fue parte de la creación de una diplomatura de Economía Social, acompañando a titulares de programas en su formación en la Universidad de Quilmes; “para la mayoría fue la primera vez que entraban a la universidad”, contó a Página/12.

Luego trabajó en el Ellas Hacen, destinado a mujeres sostén de familia, y en los últimos diez años pasó al área de Coordinación de Formación Integral. “Estoy orgullosa de mi trabajo; fueron años en los que impulsamos la construcción colectiva, la creación de cooperativas, de organización del barrio, de armar comunidad mientras en paralelo las personas iban encontrando un modo de sostenerse económicamente”, agregó.

La echaron con un simple aviso, ya que a toda su trayectoria la hizo como precarizada: monotributista, con contratos temporarios, finalmente como parte de la planta transitoria. Como ella, en lo que va del gobierno mileísta, ya son dos mil los trabajadores del ex ministerio de Desarrollo Social que quedaron en la calle. La mayoría tienen una valiosa formación que el Estado perderá, con el falso argumento de que el déficit cero es la solución a todos los problemas.

Un cambio de paradigma

Un informe de la Fundación para el Desarrollo Humano Integral (FDHI) dado a conocer días atrás ayuda a entender estos despidos: la ministra Petovello eliminó en abril 20 programas y proyectos destinados a asistir a la población en situación de extrema pobreza.

Muchos de estos programas eran para niños y adolescentes, las infancias pobres. Otros eran de asistencia ante catástrofes o urgencias sociales. Un tercer tipo de programas fortalecían a los trabajadores de la economía popular.

El gobierno sólo ha dejado en pie dos políticas de asistencia: la Asignación Universal por Hijo y de la Tarjeta Alimentar, convirtiendo la asistencia directa en la única forma de ayuda del Estado. En su defensa -ya que ha sido cuestionada judicialmente por desatender obligaciones propias del Estado- la ministra Pettovello argumenta que ha aumentado el monto de ambas, lo que es cierto. Sin embargo, los autores del informe -profesionales y referentes territoriales del Frente Patria Grande, de Juan Grabois- advierten que este cambio, publicitado como un modelo de asistencia sin intermediarios, tiene consecuencias gravosas. “No todos los problemas sociales se resuelven con una tarjeta”, indican.

En especial les resulta muy preocupante el abandono de las políticas que asistían a niños y adolescentes. “En un contexto de crisis social y económica, los derechos de niñas, niños y adolescentes (a la alimentación, educación, acceso a la cultura y al deporte, acceso a la vivienda y a la seguridad social, a pertenecer a un hogar donde los adultos tengan empleo, a entornos libres de violencia) se encuentran más desprotegidos”.

Agregan que “mientras se desfinancian los programas de asistencia, como contracara se propone bajar la edad de punibilidad”. En síntesis, que el mileísmo busca cambiar el paradigma de la ley de protección integral de los niños y adolescentes (ley 26.061). La propuesta del gobierno es “dejar de pensar a los niños, niñas y adolescentes como sujetos con derechos especiales y diferenciados que desde la sociedad adulta debemos cuidar”.

El trabajo de la FDHI puede leerse completo en este link. Sobre la eliminación de los programas de asistencia ante catástrofes climáticas, menciona que ha pasado a depender del ministerio de Seguridad, a cargo de Patricia Bullrich. En el caso de Bahía Blanca, se acotó a la entrega de subsidios individuales a los más afectados.

En cuanto a la eliminación de los programas de apoyo a la economía popular, abarcó al programa Argentina Recicla (que mejoraba el trabajo de los cartoneros y recuperadores) y al de Mercados de Cercanía, (que ayudaba a comercializar productos cooperativos, de fábricas recuperadas y de la economía popular) entre otros.

En el cada vez más amplio conjunto de trabajadores que deben inventarse su propio trabajo, el ajuste golpeó a los que habían logrado organizarse con emprendimientos o cooperativas, con un modelo de cogestión entre el Estado nacional, los trabajadores y entidades de la sociedad civil, la iglesia, universidades, organizaciones sociales o intendencias.

Pettovello implementa un modelo de asistencia social bien nítido: de ayudas económicas individuales y de corte de recursos si se trata de cualquier tipo de organización, de solución cooperativa o colectiva. La receta puede parecer primitiva, pero su imposición avanza sin contemplaciones, con una voluntad de llegar hasta las últimas consecuencias.