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“Cueva de militantes”, “carísima”, “anacrónica”, “propaganda kirchnerista”. El elenco estable de voceros oficiales y extraoficiales del Gobierno de Javier Milei defendió en las últimas horas lo que a todas luces es el primer paso para el cierre definitivo de la agencia de noticias nacional Télam por, básicamente,
tres razones: 1. gasta demasiado dinero (y, por lo tanto, en la lógica libertaria, es una de las causas de la pobreza en el país); 2. no tiene sentido de ser en la actualidad (para algunos, porque se puede reemplazar con la información inmediata de los miles de tuits que se publican todo el tiempo; para otros, porque existen medios privados que hacen “el mismo trabajo”); y 3. todos los periodistas que trabajan allí son kirchneristas o cómplices. Los tres argumentos son falsos, pero ese ni siquiera es el principal problema que esconde el cierre de Télam. El corazón político de este conflicto es el apagón informativo que sucederá a la desaparición de la agencia.
El lunes, frente al edificio principal de la calle Bolivar, en el barrio de San Telmo, uno de los más de 700 trabajadores que se enteraron por un escueto mail a la madrugada que su puesto de trabajo pendía de un hilo y que (al menos por ahora) durante una semana estará forzado a quedarse en su casa, hacía un esfuerzo para mirar más allá de su angustia y la de sus compañeros y advertía: “Lo peor es que lo más grave no son las 700 familias que se van a quedar en la calle en medio de esta crisis económica. Lo peor es que buscan que cada vez se informe menos y, así nadie se entere cuando se agrave la crisis, especialmente lejos de acá, del Gran Buenos Aires”.
El pronóstico no es exagerado: Télam no solo es la única agencia de noticias y medio de comunicación que tiene corresponsalías en todo el país, es decir en cada una de las provincias; sino que, además, en las últimas dos décadas el modelo de negocio de los grandes medios y de los nuevos y más pequeños medios se construyó sobre la base de su abultada y confiable cablera. En otras palabras, redacciones cada vez más pequeñas y dependientes del material de la agencia. Según un relevamiento del sindicato de prensa Sipreba, en octubre de 2023 la agencia tenía como clientes pagos a 803 medios y, solo es mes, se publicaron 20.261 piezas informativas: 12.844 fueron cables (como se llaman a los artículos), 6.030 fotos, 761 boletines (de radio), 402 videos, 153 audios, 72 infografías. En total, se registraron 450.005 descargas o visitas totales.
Y ahí cae la primera mentira del relato que viene empujando la derecha desde hace décadas, inclusive cuando el kirchnerismo no existía pero igual se acusaba a Télam de ser solo un “aparato de propaganda partidaria”. Todos los medios, TODOS los medios, del país usan cables y fotos, como mínimo, de la agencia. En eso no hay grieta. Y tampoco hay grieta en que varios medios nacionales y provinciales lo invisibilizan no citando a la agencia como fuente o incluso removiendo la firma del periodista, cuando un cable está firmado. Por eso, tantos argentinos creen que en la agencia solo hay vagos. No saben que mucho de lo que leen en los diarios, escuchan en la radio y miran en la televisión lo escribió, lo grabó o lo fotografió uno de los 700 trabajadores que el lunes se fueron a dormir sumidos en la angustia por no saber lo que vendrá y la bronca de, además, recibir la crueldad de una parte de la sociedad que celebra sus probables despidos.
Para los que no crean en la centralidad que tiene Télam en todo lo que se informa hoy en Argentina en todos los medios, comparen esta semana lo que se publica y transmite con lo que se publicó y transmitió la semana pasada. Como sucedió en 2018, cuando el Gobierno de Mauricio Macri despidió a más de 360 trabajadores y la agencia estuvo de paro durante ocho meses, el vacío informativo en todo el espectro de medios privados será notorio. Menos artículos y menos fotos (que redunda en menos artículos porque un principio básico del periodismo es que sin foto no hay noticia), por un lado, y más centralismo porteño y más análisis sobre tuits desprovistos de contexto y confirmación, por otro.
En otras palabras, un adelanto del apagón informativo que se viene justo cuando todos los informes de economistas y consultoras pronostican que lo peor de la recesión aún no llegó. ¿Qué medio tiene los recursos y el interés editorial de publicar los despidos, las medidas de fuerzas sindicales y la creciente conflictividad que se sucederán en cada provincia en los próximos meses? ¿Qué medio nacional querrá y podrá dar voz a los que se sientan abandonados por el Gobierno central o los provinciales en esta crisis?
Mientras no sorprende que los libertarios abracen argumentos basados en la ignorancia, sí choca que periodistas y dirigentes con décadas de oficio defiendan que la agencia de noticias es “algo anacrónico” en estos tiempos. Los primeros porque cualquier trabajador que pasó por una redacción o tiene al menos un diálogo fluído con los trabajadores de producción en la televisión y las radios saben que los cables y las fotos de Télam se utilizan todos los días, sin excepción. Los segundos porque a lo largo de su carrera fueron entrevistados o consultados por periodistas de la agencia y saben que sus cables son una caja de resonancia para sus palabras en todo el país.
La otra mentira que se cae fácilmente es que Télam es una de las causas de la creciente pobreza en la Argentina, que en los primeros dos meses y medio del Gobierno de Milei creció del 45% al 60%, según proyectó hace unas semanas el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA. Según el relevamiento de Sipreba, desde 2020 hasta agosto 2023, y con la excepción del 2021, la agencia fue superavitaria. De hecho, en este período las transferencias corrientes desde la administración central cayó en más de un 36%. No están los números de los meses posteriores como para poder confirmar o desmentir la proyección que lanzó el lunes el vocero de la Presidencia, Manuel Adorni, cuando dijo en su conferencia de prensa diaria que la agencia “tenía una pérdida estimada en $ 20.000 millones” para este año.
Si se trata de una cuestión financiera, vale al menos discutir si un defícit -temporario, porque las finanzas de los últimos años demuestran que no es una situación constante e irreversible- de $ 20.000 millones se justifica por el rol central que tiene en realidad la agencia en garantizar una agenda informativa para todos los medios privados, sin importar su posición editorial y en un contexto de creciente desinformación que afecta directamente a la calidad democrática del país. Claro, es difícil imaginar que un Gobierno nacional que impone pactos y alimenta de primera mano y sin tapujos la desinformación va a tener interés en abrir este diálogo y hacerlo donde corresponde: en el Congreso.
Trabajé nueve años en Télam y puedo afirmar sin ninguna duda que no existe un trabajador o trabajadora que no esté de acuerdo con que la agencia necesita reformas. De hecho, después de cada intento de cierre, fue la asamblea de los trabajadores la que alcanzó a la dirigencia política o incluso al Congreso nacional propuestas para que la agencia quede bajo control parlamentario con fuerte participación de las fuerzas opositoras. Pero eso requiere, una vez más, un debate serio. Lamentablemente, ningún Gobierno lo dio y ahora, tras la victoria de un presidente que considera al Estado y a todo lo estatal como una empresa criminal, parece casi imposible.
Por eso, no es tiempo de hacer aclaraciones que debilitan el rechazo o asumir posiciones equilibristas que buscan esquivar los ataques seguros del show de trolls. El Gobierno no está interesado en abrir un diálogo. Por eso vallaron los edificios de Télam y desplegaron a la policía a la medianoche, dieron de baja sus plataformas digitales y mandaron un mail de un párrafo a sus trabajadores. Todo en la oscuridad, sin un decreto, una resolución o documento oficial que pudiera ser objeto de una cautelar judicial. Como dijo Adorni, a lo largo de esta semana, cuando mandaron a sus casas a todos los trabajadores, definirán cómo cierran la agencia.
Como sucedió con la suspensión de fondos nacionales a las provincias o la desregulación que dio vía libre a empresas a aumentar los precios, por ejemplo las prepagas, el Gobierno se siente respaldado por su mega DNU y una posibilidad es que opte por convertirla en una sociedad anónima. Por eso, los mismos diputados y senadores que en las últimas horas rechazaron el cierre ilegal y autoritario de Télam deberían unir fuerzas, tratar el DNU y rechazarlo. De hacerlo, confirmarían que el cierre o una reforma de la agencia de noticias nacional debe, al menos, ser debatida con la mayor representatividad política posible en el Congreso y no con vallas y mentiras mientras todo el país duerme.
FUENTE:EL DESTAPE