La noche del 17 de julio de 1976 estábamos cenando las cuatro monjas y los padres Carlos y Gabriel en la casa parroquial. Serían casi las nueve cuando golpean la puerta y una voz pregunta por los dos sacerdotes. Ambos salen de la cocina, cruzan la salita y conversan con estas personas afuera, en una construcción distante a unos tres metros de la casa parroquial. Los padres vuelven a entrar para buscar algunas pertenencias y salen avisándonos que era la policía y debían ir a reconocer unos detenidos a la comisaría. No se preocupen, ya volvemos, nos dijo el padre Carlos”. El testimonio pertenece a Rosario Fuentes, una de las monjas que vio por última vez con vida al cura francés Gabriel Longueville y su compañero de parroquia en Chamical, el sacerdote cordobés Carlos de Dios Murias, y fue presentado ante la Justicia de La Rioja en 1984, apenas iniciada la investigación por el doble crimen. Ambos aparecieron asesinados con signos de tortura sobre las vías abandonadas del tren a unos tres kilómetros de Chamical, en el paraje conocido como Bajo de Lucas.
Ahora la jueza francesa Sylvie Caillard, del tribunal de París, reclama a  instancias de la abogada Sophie Thonon –representante de la familia de  Longueville– que el cardenal primado de la Argentina, Jorge Bergoglio,  sea interrogado por la Justicia Federal riojana para que cuente todo lo  que sabe acerca del crimen de Longueville y “habilite todos los archivos  y registros obrantes en poder de la Iglesia Católica argentina y diga  si existen registros similares en poder de El Vaticano acerca del  hecho”.
 Investigación local. La causa por el crimen de los dos  sacerdotes fue iniciada en La Rioja el 30 de diciembre de 1983 por el  entonces flamante gobernador Carlos Menem con la intención de ganar las  tapas de los diarios locales y nacionales. La afirmación no es gratuita  si se tiene en cuenta que por lo menos a seis de los represores que él  mismo denunció entonces, los convirtió en funcionarios provinciales y  nacionales apenas alcanzó la presidencia en 1989 y jamás se designó  fiscal para la causa mientras fue gobernador provincial. A cargo del  expediente quedó el entonces juez de instrucción Héctor Oyola, sobre  quien se abatieron de inmediato una batería de presiones para que  archivara la causa. Sin embargo, en su instrucción de más de seiscientas  páginas, el magistrado llegó a involucrar con distintos grados de  responsabilidad a los jefes de la base aérea de Chamical, el brigadier  Lázaro Aguirre y el comodoro Luis Fernando Estrella, el mismo que tomó  por asalto el Aeroparque en 1988 al grito de “estamos bajo un régimen  marxista”, en apoyo del carapintada Mohamed Seineldín. Además de los  militares, fueron citados a declarar personal policial y civil, mas  tarde indultados por Menem en 1990.
Ambos sacerdotes trabajaban codo a codo junto al obispo Enrique  Angelelli en La Rioja y eso explica la saña contra ambos. Murias venía  denunciando en el púlpito los atropellos de la dictadura. Longueville,  en cambio, había llegado a La Rioja desde Francia donde fue profesor en  el seminario y en pleno fervor del mayo de 1968 se decidió por la opción  de trabajar en países pobres latinoamericanos. Así llegó a la provincia  de Corrientes en 1970, donde trabajó con los pobladores del Iberá y se  enteró un año después de la obra de Angelelli en La Rioja, a quien le  pidió personalmente ser aceptado en su diócesis. Se instaló en Chamical  en 1972 y trabajó de carpintero y ebanista enseñando el oficio de la  madera. “Era más reposado que Murias y prefería el dialogo para  convencer más que la denuncia”, recuerda el ex cura Juan Ortiz,  secretario de Angelelli. Sin embargo, el 28 de marzo de 1976, cuatro  días después del golpe, el brigadier Lázaro Aguirre llamó a Longueville a  su despacho y le advirtió que no se moviera de su casa. El encono del  militar era comprensible, si se tiene en cuenta que Angelelli había  suspendido las celebraciones religiosas en la base de la Fuerza Aérea  por una discusión pública con Aguirre, quien le reclamó que “no meta a  la Iglesia en política”. Por decisión propia, violando la jurisdicción  de Angelelli y con el aval del cardenal Juan Carlos Aramburu, el obispo  Victorio Bonamín decidió “ser el guía espiritual de la base en momentos  en que las tinieblas cubren la Nación ”.
Dos semanas después era asesinado el obispo Enrique Angelelli en un  confuso accidente automovilístico que la dictadura quiso mostrar como un  accidente.
Angelelli había llegado a Chamical para enterrar a Longueville y Murias y  se quedó una semana recogiendo datos sobre el crimen. El 4 de agosto de  1976, llevaba en su camioneta una carpeta con testimonios e hipótesis  de lo ocurrido rumbo a La Rioja, para despachar al titular de la  Conferencia Episcopal, Raúl Primatesta, y al Nuncio Apostólico, Pio  Laghi. Sin embargo, murió en la ruta y la carpeta terminó en el  escritorio del ministro del Interior, Albano Harguindeguy, según dijo el  represor de la Policía Federal Roberto Peregrino Fernández ante la  Comisión Argentina de Derechos Humanos (Cadhu) a fines de 1979.
 El juez y el cardenal.  Ahora será el turno del juez federal  riojano Daniel Herrera Piedrabuena, quien en enero pasado, en plena  feria judicial, sobreseyó a Jorge Videla, Luciano Menéndez y Luis  Fernando Estrella en la causa por torturas y secuestros contra  ciudadanos riojanos entre 1976 y 1983, conocida como megacausa de los  presos políticos. Piedrabuena deberá evaluar si acepta la rogatoria de  su par francesa, trasladarse a Buenos Aires e interrogar a Bergoglio,  quien no ocultó su amistad con el almirante Emilio Massera, con quien se  reunió varias veces cuando era el responsable del Colegio Máximo de los  jesuitas en San Miguel, según contó a Horacio Verbitsky en 2010 el ex  detenido Lorenzo Riquelme, hoy residente en Francia. Bergoglio fue  acusado, además, por los curas Orlando Yorio y Francisco Jalics de haber  permitido su secuestro y tortura por fuerzas de seguridad en 1977,  hecho que lo llevó en 2010 a declarar en la causa Esma. En octubre de  2007, aconsejó al sacerdote español José Luis Muñoz Quiroz, superior  para América Latina de la Orden de los Hermanitos del Evangelio, no  presentarse como querellante ante la Justicia Federal argentina por la  desaparición en junio de 1977 del cura barrendero Mauricio Silva en La  Paternal. Muñoz Quiroz desoyó el consejo y radicó la denuncia ante el  juez Daniel Rafecas.
Marie Therése Abattú, madre de Gabriel Longueville, inició la denuncia  por el caso de su hijo a comienzos de la década de 1990, con la Justicia  argentina clausurada por los indultos . “Por supuesto que creo que el  testimonio de Bergoglio puede ser útil a la causa. Se trata del  asesinato de un cura, la Iglesia debe tener datos”, dijo Thonon a la  agencia AFP. La abogada representa a ocho ciudadanos franceses  asesinados o desaparecidos en Argentina y Chile durante los años de las  dictaduras militares.

 
			 
			 
			