Lino Barañao, ministro de Ciencia de la Nación.
Y sigue: “Estamos tratando de modificar nuestra reglamentación para facilitar este proceso. No había una experiencia reciente sobre esto. Que empiecen a venir extranjeros nos toma un poco por sorpresa. También tenemos que establecer un cupo de acogida”, señala.
“Hemos comprado equipos muy caros y ahora, gente que trabajaba en Alemania puede continuar aquí con sus investigaciones. Ahora la ciencia es mucho más costosa que antes. Hoy vemos la foto típica del doctor Leloir que fue nuestro primer Nobel de Química, donde aparece con un guardapolvo gris en una silla de madera atada con unos alambres y con cuatro tubos de ensayo… Podía ser una imagen romántica, pero no es para nada real. Y en realidad esa es la imagen que la gente tiene del científico aquí. Lo cual atenta contra las vocaciones en ciencias. Lo que estamos tratando de demostrar es que eso no es así, que se puede vivir bastante bien con esta profesión. Hoy por hoy no sería posible hacer ciencia en esas condiciones, lo que pasa es que en la época de la dictadura militar, aquella foto era muy útil para que los científicos no pidieran nada. Si el doctor Leloir con esa silla y esos cuatro tubos ganó el premio Nobel, ¿Por qué el resto no podía intentar lo mismo? Hablaban de vocación y esfuerzo, nada de recursos”, cuenta el ministro.
El ministro comenta que normalmente los equipos de alumnos argentinos siempre están entre los 20 primeros en los concursos internacionales de programación. “Hay un caso que explica por qué suelen ganar los argentinos en este tipo de competiciones. Hace varios años había un concurso en el que participaban tres programadores por país, una sola computadora y un problema a resolver con un límite de tiempo. Y un grupo de chicos argentinos desarrolló un programa que permitía dividir el teclado en dos y que dos pudieran programar al mismo tiempo, con lo cual trabajaban al doble de velocidad y les ganaron a los otros. No era ilegal, pero era algo que no se le hubiese ocurrido a nadie”.