Boca armó el libreto de su película, y le quedó linda

 

 

Lo de Boca fue un Bianchi legítimo, ayudado por el espíritu amateur de Quilmes. Boca puede dar vuelta un partido, vaya si puede, en la Bombonera. Pero no ha de ser metiendo el primer gol de contra. Sólo Quilmes, emocionado por sus golpes de suerte, pudo mantenerse en ataque cuando ya ganaba 2-0. Se creyó el Madrid, así vestido todo de blanco. El boxeador que se sabe menos que Tyson pero lo tiene al caer con dos buenos mamporros y ahí nomás le meten una mano pesada, le recuerdan quién es quién.

Pero más allá de Quilmes, está la explicación de la famosa suerte de Bianchi. La tontería esa del “celular de Dios” que tantas veces se mencionó a falta de otros argumentos. Pamplinas.
Si Bianchi es el responsable de que por fin uno de los elegidos para cabecear, en vez de ir al borbollón del área chica, se aleje del arco, no hay celular de Dios.
Si Bianchi pone a Lautaro Acosta, al Burrito Martínez, a Viatri y a Silva juntos, mientras Omar De Felippe no tiene recambio o se duerme, la diferencia la hace el plantel, no el 11 contra 11.
Boca mejoró con los cambios y Quilmes se puso el respirador cuando las palpitaciones del partido denunciaban la cercanía del fin. Tarde pió.
La gente se miraba raro en el primer tiempo porque si la mano seguía así, no estaba ni Falcioni para echarle la culpa. La defensa era un colador y fue necesario que Lunati ofreciera su tolerancia con Caruzzo, asunto que terminó, pero tardíamente, cuando debió cobrar el penal. En la mitad de la cancha la derrota era futbolística. Cobo, Díaz y Mansilla impusieron su buen juego y para colmo, la hinchada se las había agarrado con Somoza, a la postre el hombre que acomodaría el partido en el segundo tiempo.
Entre paréntesis, hay que decir que Somoza se mostró muy hombre en eso de saber aguantar la afrenta incomprensible, y salir a flote, solo con su alma.
Por supuesto que Boca pudo perder si Cauteruccio no tiraba el penal con cien kilómetros en el cuerpo. Era 3-2 y 11 contra 10. Pero Orion, sin el teléfono de nadie, intuyó bien, se adelantó como es debido (y los jueces toleran de Roma-Delem para acá: cobrás el penal, ya está, qué más querés, patéalo y hacelo, es tu problema) y dejó a Cauteruccio con la idolatría desmerilada.
Maximiliano Guerra que se cae, la Negra Sosa que se manda un gallo, cosas que pueden pasar, pero que no deben suceder “ese día”. La película se ha visto tantas veces que no debe haber relator que dejase de anunciar “ahora seguro que lo gana Boca”.
Y los xeneizes lo ganaron. Todo fue explicado en el segundo tiempo. Viatri y Acosta alcanzaron a ser figuras y los recambios de Quilmes no llegaron a tocar la pelota. La Bombonera quedó festejando. Era sábado, estaba preciosa la noche, Boca se había inventado algo imposible para darse el gusto de convidar a una pequeña proeza. ¿Qué más se podía pedir? Te quedás, lo gozás. A ver a quién se le ocurre plantearse si es lógico que Quilmes esté a punto de ganarte en ese estadio. El combo fue ideal. Retorno de Román, debut con victoria del Virrey. Boca armó el libreto de su película. Y le quedó linda.
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