Un barco de bandera panameña que zarpó del Puerto de Rosario este jueves 25, Día de la Patria –con una carga declarada de 27.700 toneladas de maíz y 15.400 de harina de soja, y con destino al puerto de El Callao, Perú–, de pronto quedó varado muchos kilometros aguas abajo, cerca de la ciudad de Ramallo. Allí estuvo 37 horas interrumpiendo el tráfico fluvial, hasta que se logró desencajarlo.

Ese buque es el «Orion Ocean», un granelero de 200 metros de eslora que mantuvo todo el comercio exterior interrumpido durante un día y medio, y casi nadie se enteró.

Y no fue noticia porque en algunas oficinas –además del pánico generado por el recuerdo del «Ever Given» que hace dos años estuvo varado en el Canal de Suez (Egipto) durante siete interminables días– aquí evidentemente alguien dio la orden de que semejante hecho no trascendiera.

Lo cual lograron quienes lo dispusieron y en tal sentido tuvieron suerte, porque la varadura duró sólo un día y medio. Durante el cual, y como dijeron a esta columna algunos expertos consultados, «lo que se sabe es que ese barco está peligrosamente cruzado. Y muchos ni imaginan el riesgo de tener semejante nave en emergencia».

Y así fue, según trascendieron reportes posteriores. El «Orion Ocean» estuvo atravesado al flujo de las aguas y en posición muy difícil, lo que denotaba que hubo un cambio de traza sin mucho sentido ni estudio, quizás autorizado por la autoridad portuaria nacional que según normativas es la que debe autorizar (la subsecretaría de Puertos y Vías Navegables), pero a la cual se sabe que se le han licuado poder y facultades.

Lo cierto es que ese organismo desde hace 20 años está intervenido y sin atribuciones claras, y así ha devenido, de hecho, en una especie de «Tierra de Nadie» que se ha arrogado decisiones fuera de su incumbencia. Por eso se dice, en ambientes portuarios, que «hoy todo el sistema está a la deriva y en los medios todo se oculta y se miente en favor de los patrones, pero nosotros mejor callarnos la boca porque es nuestro sustento».

También por eso se lo llama «río de nadie», y por eso mismo la alarma y la angustia que sintieron muchos navegantes y portuarios que estuvieron en vilo durante esas inquietantes 37 horas. Durante las que trabajaron arduamente varios remolcadores, mientras todos los buques y puertos sobre el río Paraná estaban parados y de hecho negados –ocultados– en la gran mayoría de los medios argentinos.

Por la censura aplicada durante esas horas, la ciudadanía toda ni se enteró del grave episodio. No se publicó ni se dijo una sola palabra sobre este accidente, que pudo ser gravísimo en múltiples sentidos, y todos relacionados con la dictadura del comercio exterior dizque argentino, pero que de argentino no tiene nada, ni siquiera las banderas.

«Y mire que es difícil ocultar semejante barco, pero un accidente así no se lo puede disimular y resulta un castigo de Dios a los asesinos del río», exageró un veterano navegante de la zona, más indignado que irónico.

Lo cierto es que aparte del portal argenports.com y el diario El Cronista –­y ahora Página/12– ningún otro medio se ocupó de esto, mientras la info completa correcta estaba en Marine Traffic, un sistema abierto y gratuito que proporciona detalladamente y en tiempo real los movimientos, ubicación, cargas y demás informaciones acerca de los barcos que se encuentran navegando en todo el mudo o están surtos en puertos.

También estas circunstancias –y las temibles consecuencias que pueden producirse cuando los controles no son estrictos y los ríos, como el Paraná, son tan maltratados y hasta abusados– hacen aconsejable mantener fija la mirada en grandes proyectos estratégicos que sólo una nación soberana puede garantizar, y no la voracidad de mercaderes privados, y encima extranjeros, carentes de todo respeto a la historia y a los verdaderos inereses de los pueblos.

 

Y no es dato menor recordar que a orillas del sistema hídrico de los ríos Paraná y De la Plata, y su colofón natural que es el Canal Magdalena, viven no menos de 15 millones de argentinos y argentinas que han sido despojados de su convivencia natural con las aguas, así como de sus tradiciones y pescas, y de su cultura y su historia.

Dicho sea todo lo anterior para instrucción de tanto imbécil y cipayo que, además y encima de todo, son profundamente ignorantes.