La historia de los Ávila: dramático rescate en el barrio La Loma

Por Kevin Cavo
kevincavo@gmail.com

En la cuadra de 35 entre 25 y 26 se encuentran historias a cada metro. Esa zona, corazón del barrio La Loma, fue de las más afectadas por el temporal del 2 de abril. El metro setenta de agua dejó rastros temerarios. Casas destruidas, autos volcados, muertos. Entre esas ruinas se rescatan relatos trágicos con final feliz. Como el de la familia Ávila, que quedó atrapada dentro de su casa hasta que fue rescatada por vecinos.

Elena y sus hijos Agustín (16), Mauricio (13) y Matías (11) intentaron salir de la vivienda cuando el agua superaba el metro cincuenta pero ya era imposible: la puerta del frente y la de atrás estaban trabadas y las ventanas tienen rejas. La casa se había convertido en una trampa mortal. Ese día, el padre de familia, Jaime, había salido antes del trabajo alertado por el aguacero, pero nunca pudo llegar. Recién se reencontraría con su familia al día siguiente, casi 20 horas después.

Por calle 35 bajaba un río de agua que comenzaba a llevarse puesto todo a su paso. “Los nenes pedían ayuda a gritos. Yo no hablaba. Veíamos gente enfrente. Nos gritaban que subiéramos el techo, pero no podíamos salir, estábamos encerrados”, cuenta Elena a Diagonales parada junto a la estufa hogar a la que se treparon y donde pasaron horas hasta el salvataje.

Por la mirilla de la puerta y unas hendijas de la ventana junto a la que estaban podían ver vecinos en los techos y advirtieron pasar bultos oscuros arrastrados por el agua. Elena supone que eran bolsas de consorcio con basura. Con una linterna, uno de los chicos hacía señales pidiendo ayuda; se entrecruzaba con algún otro haz luminoso que bajaba del edificio lindante a la casa.

A unas 30 cuadras de allí, en algún lugar del centro de la ciudad, Jaime caminaba desesperado buscando cómo llegar. Ya había dejado el auto en la casa de un amigo. Pensó que a pie sería posible. La desesperación por llegar multiplicó su tozudez y bajo el cielo ennegrecido y encapotado Jaime caminó durante horas. Se trepó a un camión que quedó varado 200 metros más allá y hasta avanzó unos metros en una grúa. En la oscuridad aparecía gente empapada, con rostros desencajados, incrédulos; a esos le preguntaba Jaime: “No sigas, imposible”, repetían esos vecinos que intentaban dejar atrás la catástrofe, avanzando sin rumbo fijo, buscando un lugar seco. Jamás llegaría a destino aquella noche.

Contó varias veces la historia y sin embargo Elena vuelve a quebrarse cuando relata lo sucedido. No puede seguir cuando rememora una charla con uno de sus hijos –mientras permanecían arrodillados en esa esquina de la estufa hogar– a la que toma como una despedida anticipada. Eran las ocho de la noche y dentro de la casa había un metro setenta de agua.

Días después, mientras deambula por la casa en ruinas, Jaime y su esposa se detienen otra vez frente a la ventana que da al fondo. La reja aún está cortada y los barrotes doblados hacia abajo como si fueran de manteca. Por ahí salieron. El rescate fue así: dos vecinos que viven al lado nadaron hasta la parte trasera. Llevaron consigo la manguera contra incendios del edificio y la ataron a un poste. Con una sierra cortaron algunos de los barrotes de la ventana y luego los doblaron abriendo un hueco. Por allí sacaron a Elena y a sus tres hijos. El que salía cruzaba hasta el edificio aferrado a la manguera evitando que el agua los arrastrara.

Fueron rescatadas cerca de las doce de la noche. Habían estado encerrados casi seis horas, mojados, con frío, viendo cómo el agua se llevaba todo, intentando salvar sus vidas. Hoy, a una semana de los hechos, los Ávila intentan retomar la rutina. Los chicos volvieron a clase y Jaime y Elena siguen con la limpieza. Los alberga un amigo. Piensan en abandonar esa casa a la que llegaron 28 años atrás, cuando aún no tenían hijos.

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