¿Falta mucho para Román?

 

 

El desconcierto de Boca y esas falsas verdades que quedan al desnudo apenas un rato después de salir a jugar en la cancha de All Boys. Santiago Montoya Muñoz lanza un tiro libre que Ángel Vildozo desvía y Oscar Ustari manda al córner en la primera gran intervención de una noche que asoma agitada. A la salida de ese centro desde la esquina, Claudio Pérez intenta un rechazo y le pifia y queda en ridículo y mira a sus compañeros y abre los brazos y les grita, pero no escucha ningún argumento como para acomodar las fichas de un partido que nace mal desde el vestuario.

Van tan sólo siete minutos de juego y eso es Boca. El de la fantasía de que el cero en el arco propio –conseguido en el estadio de Tigre hace una semana– ha sido una insinuación de soluciones veloces que el propio Carlos Bianchi valora y levanta como bandera de una recuperación ligera. Pero Boca es esto, y no aquello de las fábulas de la defensa sólida. Boca es un grupo de jugadores que corren de un lado para otro y, generalmente, detrás de una pelota que no pueden frenar. Como un niño al que se le escapa el barrilete con el viento, este equipo anda perdido y pensando en que el arribo de Juan Román Riquelme sea capaz de galeras y conejos.

Boca abandona tímidamente esos intentos de juego y de circulación con un enganche que a falta de Román era Leandro Paredes. Qué lejos queda eso. Y lo que intenta, esta vez y más que nunca, es plantear un partido de batalla contra All Boys para insistir con esa intención de que los equipos se arman de atrás para adelante y que una vez que se consiga el cero definitivo la luz de los delanteros pueda abrir gargantas cajoneadas. Pero los goleadores de Boca no están en sintonía ni con el equipo ni con ellos mismos, y chocan y pierdan –generalmente en la escena repetida de Santiago Silva– y Juan Manuel Martínez enciende algún color diluido, pero se apaga rápido. Walter Erviti cruza la cancha y no logra tenencia ni dinámica y Guillermo Fernández pinta bien y usa zapatos de colores, pero cae en su voluntad.
La derrota, que pudo haber sido un cachetazo más grave de no ser por los guantes y la agilidad de Ustari –capitán esta vez– trae nuevos problemas para Boca en la antesala a un viaje que puede ser determinante para no complicar su clasificación en el grupo 1 de la Copa Libertadores. Va hasta Ecuador, a enfrentar al Barcelona de Gustavo Costas y espera, por fin, que el tipo que juega con la diez pegada a la espalda traiga pases y tenencia para todos. Que Riquelme sea el disparador para que esa dupla que tanto se imaginó en carbónico –Silva y Martínez se conocen de un Vélez campeón-– de una buena vez pueda conectar el cable a tierra. Así, lo de Boca –gane o pierda– se oscurece a cada paso.
Del apetito y del hambre y del sistema que habló Bianchi en la semana –en referencia a Lucas Viatri y Silva– queda una especulación que se expone con resaltador en una decisión. Con el partido 0-1 y ante la urgencia de cambiar el rumbo, elige probar con una nueva variante en ataque: va a la cancha Nicolás Blandi, quien esta vez está por encima de Viatri en la consideración. Todo un mensaje, ¿no? Sin embargo, la ilusión de un gol de Boca sólo pasa por un cabezazo o arremetida de Guillermo Burdisso, que siempre gana en lo alto en posición ofensiva.
Cuatro puntos de nueve en este comienzo de campeonato no suenan tan mal si el fútbol sólo se midiera con números. Pero el fútbol es vida y movimiento y una imagen que se ofrece. Y Boca, tal vez, sea mucho menos que esa cosecha y esta primera derrota en el Torneo Inicial. Boca es desconcierto y la solución no queda definida.
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